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No al silencio 3.1

Crónicas de un transeunte citadino

CANTA EN LOS BUSES, PERO VIAJA EN AVIÓN

martes, octubre 10, 2006

Ricardo Castañeda quiere un carro deportivo de 90.000 dólares. Por eso, todos los días agarra su guitarra y sale a la calle a convencer a los conductores de bus de que lo dejen entrar a cantar una canción.

Ni las manos ni la garganta parecen cansársele nunca. Desde el primer autobús hasta el último del día canta con las mismas ganas con las que hace 16 años se subió, por la puerta de atrás, a reunir el dinero de una noche de hotel en su natal Medellín. Se había ido de su casa y le tocaba empezar a vivir por su cuenta, no aguantó que su papá golpeara a su mamá.

El primer bus de la tarde era viejo, sucio y destartalado. Sus pasajeros cabeceaban, perdían la pelea contra el sopor de la tarde de sol. Él los saludó efusivamente, con su voz de maestro de ceremonias: sabía que si los sacaba de la modorra ganaría buen dinero.

“Espero que se hayan despertado con ganas de alcanzar un gran propósito”, les dijo. Les iba a cantar una de las 520 canciones que ha compuesto, pero no cualquiera. Esta vez se acordó de que no era un cantante de bus más.

Y alguien sentado me repara porque uso buenos Nike y un reloj aniquelado (sic),
y el celular de medio lado y no es lo que hace feliz.
Yo no canto para mí, sino por los sueños que amo.

Su voz es fuerte. La señora de ojos verdes que estaba en la primera silla de la derecha lo miró de reojo y siguió con la vista perdida en la calle. El muchacho de la última banca se sonrió, después le confesaría que la canción le movió las entrañas y que deseó que cantara otra. “No, ‘mano’, si me pongo a repetir se me acaba el tiempo aquí”, le respondió Ricardo con una sonrisa.

Su guitarra brasileña de 1’400.000 pesos tiene una pequeña fractura en la tapa y por momentos sus cuerdas suenan sordas; no parece tan cara. Ricardo por ratos frunce el ceño cuando canta, los cambios de tono a veces le cuestan.

Cuando terminó, un aplauso animoso se dejó oír. Ricardo lo había logrado de nuevo, había despertado a su auditorio. Después de que se bajó, contó con habilidad los 4.000 pesos que reunió en ese bus sumando las monedas, el billete de 2.000 que una mujer de tímida sonrisa le pasó y la moneda estadounidense de cinco centavos que tal vez alguien le dio para mofársele, pero que ahora guardará como uno de tantos recuerdos de su periplo por el transporte público.

“Alguna vez alguien me dio un billete de veinte euros”, cuenta Ricardo. En otra ocasión reunió 150.000 pesos en un día. Entre sus satisfacciones no sólo recuerda el dinero que ha ganado, también algunas anécdotas que le arrancan carcajadas.

En una ocasión se le cayó el chicle que masticaba para mantener saliva en la boca, pero en medio de los senos de una mujer. “Qué pena, ¿yo cómo saco esto?”, fue lo que atinó a pensar en ese momento. Otro día se montó en un bus, pero en el momento más inoportuno. “Yo le hice la parada a un conductor amigo. Él me gritó que no me subiera pero yo no lo escuché.” El bus llevaba un entierro. “Yo empecé a cantar y todo el mundo estaba llorando.”, cuenta Ricardo entre risas. En otro bus le ocurrió que, cuando el bus en el que iba hizo una frenada “ni la hijuemíchica”, fue a dar en medio de las piernas de una monja.

Montado en un bus tras otro, llegó de la carrera décima con calle 13 al Parque Nacional, en la 39 con Séptima. Allí se encontró con dos de sus colegas en la juglaría urbana: Patricia Valenzuela, una mujer de pelo rubio y juventud tardía que está en el oficio desde hace ocho años y David Salomón Rodríguez, un veterano de los buses que durante 10 años cargó con una arpa grande y pesada.

“Hoy es el primer día que salgo con el cuatro. Lo que pasa es que se han acabado los buses grandes y el arpa en las busetas pequeñas es un problema”, cuenta David con nostalgia.

Los cantantes de autobús han intentado organizarse varias veces, pero no lo han logrado. “Íbamos más o menos bien, pero no nos pusimos de acuerdo”, comenta David. “Es más fácil organizar un grupo de niños”, agrega Patricia. “Además, para mucha gente el arte urbano no deja de ser otro tipo de mendicidad, no podemos cumplir las expectativas que buscamos y que necesitamos”, remata la mujer.

Después de la charla con los colegas, Ricardo sigue su camino. Tiene que trabajar mucho hoy, pues necesita recuperar el dinero que invirtió en los pasajes de avión con los que mañana viajará a Medellín a ver a su hija menor, de seis meses de nacida. “Ella es hija de la mujer que yo más quiero en la vida, a la que le he escrito mis mejores canciones”.

Hace un mes se divorció de esa mujer, llamada Maria Victoria. “No creyó en mi sueño”, dice Ricardo con tristeza. Tal vez vino a Bogotá a olvidarla, a cantarle a los ‘rolos’ las canciones que le escribió y a verla en el rostro de una pasajera meditabunda y morena. Tal vez ahora no se de cuenta, pero las canciones le quedarán aunque los sentimientos desaparezcan.

Ricardo no sólo le canta a su ex esposa. También le ha escrito canciones a sus hijas y a sus amores pasados, al Dios cristiano en el que siempre creyó y al papá por el que se fue de la casa. Además compone jingles, por lo que con dos socios montó una empresa en Medellín.

Dice Leonardo Parra, uno de los socios, que “Ricardo es un artista proyectado”. Relata emocionado que un día les encargaron un jingle que Castañeda compuso en sólo diez minutos. “Yo era impresionado con la velocidad de este ‘man’, el jingle le había quedado perfecto en muy poco tiempo cuando por lo general la gente se demora sus buenas horas haciendo eso”.

La empresa se llama “Mente Abierta”. Según Ricardo está consolidada en Medellín, aunque “a Bogotá ha sido difícil entrar porque la rosca es muy brava”. Ellos presentaron una propuesta para la música del cabezote de la telenovela Sin tetas no hay paraíso, pero fue rechazada por Caracol. Nunca les dieron razones.

Sin embargo, Ricardo no necesita de los jingles para comer. Su eterno peregrinaje entre buses y busetas lo ha llevado, guitarra en mano, por las calles de Bogotá, Medellín, Lima, Santiago y Buenos Aires. Rodrigo dice que “los buses dan pa’todo”, y es verdad. Le dan para la comida y el sustento, para sus guitarras caras, sus buenos Nike y su reloj “aniquelado”. Incluso, le dan para viajar en avión.
escribió José Luis Peñarredonda, 9:56 a. m. | link | 6 comentarios |