<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d23395282\x26blogName\x3dNo+al+silencio+3.1\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dBLUE\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://noalsilencio.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des_CO\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://noalsilencio.blogspot.com/\x26vt\x3d-4582460414501696714', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

No al silencio 3.1

Crónicas de un transeunte citadino

EL DOMADOR DE LEONES

viernes, febrero 16, 2007

El venezolano contaba que Gasca había perdido 5.000 dólares esa noche. Estaba jugando en una de las mesas reservadas para ricos, quitándose de encima la adrenalina que le produce su trabajo. “Es que domar leones no es cosa fácil, mi hermano”, me decía el chamo entre un cigarrillo y otro.

Lo conocí en un casino del norte, de esos enormes e irreales. Su acento era de muchas partes, a veces se le salía un ‘órale’ y a veces echaba una verborrea musical que me hacía no escuchar lo que decía para concentrarme en su cadencia caribeña, sólo para aterrizarme con una expresión de esas propias del inglés de los cubanos. Su camisa de seda negra abierta hasta el tercer botón y rematada por una cadena de oro, su pelo engominado y sus Ray-Ban de piloto lo hacían parecer sacado de una serie ochentera de televisión. Parecía vendedor de glamour en la Miami periquera de hace 25 años, o detective cubano en misión secreta. Las luces de las máquinas y los vidrios polarizados, además, parecían convenientemente escogidos por el productor de un programa que no era de ficción.

Hablaba de Gasca como el que habla de su hermano. No se cansaba de repetir que el trabajo de “el pana Raúl” era domar leones, me contaba de las cicatrices que el cirquero tiene en su espalda y del par de sustos que sus súbditos felinos le habían hecho pasar. El hombre me transportaba, de repente me veía frente a un mexicano con cara de temerario y lleno de costras. El tipo estaba con un traje de Aladino que alguna vez fue blanco, de pie sobre uno de esos bancos de circo con un látigo en la mano derecha. “Vamos gatito, párate ya, deja la chingada”, le decía el Raúl de mi imaginación a su enemigo, quien le respondía con una sonrisa macabra. “Órale, ya déjate de eso güey”, le respondía el domador mientras le acariciaba el lomo dorado con el látigo. Luego, aparecían unas gotas rojas en la arena y segundos después un Raúl sin camisa, sangrando, sudando frío y absolutamente quieto, bajando los brazos y jadeando lentamente. Temblando.

Luego me di cuenta de que el acento de Gasca no debía ser tan mexicano, debía parecerse un poco más al de su pana. Tal vez se le vaya un ‘ché’ o un poco de espanglish. Ellos estaban en Panamá hasta hace un par de semanas. Antes habían estado en Guatemala, México y Estados Unidos. Cuando no trabajan se la pasan en los casinos, porque “Raúl tiene lana chico, sí que la tiene”. Viajan en primera clase, los animales lo hacen por carretera y con ellos sus cuidanderos. Cuando están de vacaciones, se van a la casa del venezolano en Isla Margarita. Dice él que se toman sus tragos con Chávez, otro de sus “íntimos”.

Ahí se rompió el encanto. El tipo se puso a darme clases de filosofía política, de socialismo y de democracia. Encendía mi ira con cada una de sus contradicciones -por algo será que las azafatas nunca hablan de sexo, ni de política ni de religión. Me calmaba fumando un cigarrillo tras otro, intentando debatirle sin mucho éxito, por aquello del fanatismo. Cuando vio que no podía convencerme, se fue a la mesa de Raúl.

Me imaginé otra imagen. El mismo Raúl pero limpio y con pelo engominado, siempre vestido de blanco. A su lado el chamo, con las cejas levantadas y la frente arrugada, respirando como si hubiera acabado de correr. La mano del látigo dando palmaditas al terciopelo con un ritmo trepidante, como un metrónomo de su corazón. En el centro de la mesa veinte fichas amarillas de mil dólares cada una; al frente una jota, una reina y un rey de corazones comandados por un cuatro de diamantes.

Brillando, cerca de Raúl, un vaso de whisky con hielo y, boca abajo, un diez de corazones y un cuatro de tréboles. El repartidor, en cámara lenta, poniendo una carta sobre la mesa. La mano moviéndose cada vez más rápido, un escalofrío atravesándose en la médula del cirquero. La luz amarilla brillando sobre el river, un as de corazones.

Raúl deja de golpear la mesa, el repartidor le pone las fichas al frente y sin cambiar de gesto toma un trago de su whisky. Se le pasa por la cabeza el momento en el que el león casi lo mata, luego mira a su pana. Este le responde con una sonrisa cómplice: “es que domar leones no es cosa fácil, mi hermano”.
escribió José Luis Peñarredonda, 11:10 p. m.

2 Comments:

hahaa buen dia ese!!! MF!! haha me gusto mucho!
Que suerte la suya. Lástima que resulta un tanto gay el hecho de que comenzara a hablarle el tipo ese. Me pregunto si por la noche vos pudiste domar al domador...

Comente