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No al silencio 3.1

Crónicas de un transeunte citadino

LA PRINCESA DE SANANDRESITO

viernes, abril 06, 2007

En sus cuadernos ella escribía historias tristes. Con letra dispareja, las mayúsculas con lápiz rojo y algún error de ortografía ella le contaba a la profesora de su colegio que su mamá trabajaba en el último rincón de un sanandresito y que de vez en cuando se desmayaba después de cerrar el local. También le contaba que un día su papá tuvo que salir corriendo agachado del lugar en el que almorzaba, pues un proveedor estaba buscando al dueño de una venta de televisores para cobrarle a balazos.

Ella, sin embargo, no perdía la sonrisa. Ese día cumplía nueve años, sus ojitos oscuros brillaban mientras mostraba su dentadura dispareja como un piano abandonado. Todo el mundo la había felicitado, el jefe de su mamá que le pagaba con trescientos billetes de mil y la señora del puesto del frente que vendía los mejores pasteles de pollo que se podían comprar; el señor flaco de mirada bizca que le había prometido un regalo cuando cumpliera doce y la dama gorda, escotada y de ojos saltones que la había invitado a almorzar con la bandeja especial de su restaurante de comida corriente.

Iba de la mano con la señora de los almuerzos, pasando entre cientos de cajas llenas de televisores y equipos de sonido de dudosas calidad y procedencia y robándose uno que otro piropo y una que otra mirada de un par de señores gordos y calenturientos, que no podían dejar de desear a la dama del escote aunque estuviera con una niña inocente. Ella caminaba como una princesa entre plebeyos, como una presencia casi divina que en su dignidad sólo podía desconocer los afanes truculentos de los pobres y sucios mortales que la rodeaban.

El día había pasado entre abrazos y felicitaciones de los colegas de sus padres, pero también entre cajas, fajos de billetes sucios y ajenos y negocios afanosos y despiadados. Le habían regalado un par de ponqués y unos dulces; esa noche tal vez recibiría una muñeca o un juguete de esos que por esta época venden rebajados en el primer local de la puerta derecha, porque nadie los compró en navidad. Un regalo que su mamá pagará con quince de esos billetes de mil con los que su jefe le paga el salario, de esos que se gana de domingo a domingo de siete a siete atendiendo una cabina de teléfonos desde la que probablemente han mandado a matar a más de uno, pero desde la que la princesa de sanandresito, sentada en una sucia silla de plástico, contempla su reino sin siquiera terminar de entenderlo.

escribió José Luis Peñarredonda, 8:04 p. m.

5 Comments:

Hacían falta las crónicas, bienvenido de vuelta
Y como ella miles de princesas condenadas la mayoría de veces a dejar de serlo.
siga mirando lo que los demás casi nunca vemos, don jose. es un bonito trabajo el suyo.
Por acá de visita leyendo vuestro interesante blog, un saludo.
Atrapa..

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