EL MUERTO ES LO DE MENOS
martes, marzo 21, 2006
Cuando llegó su hija al funeral, los pocos que ya estaban en la sala corrieron a consolarla como si necesitara consuelo. Llevaba, eso sí, un impecable traje negro, pues “las apariencias son lo único que no se puede dejar de llevar con uno”. La doña estaba muy tranquila, pues se le había desocupado un cuarto en la casa y no tendría que alimentar más a ese viejo malencarado que hasta ayer era su padre. Sin embargo, ella no debía –ni ninguno de quienes por contingencia estaban en la sala- dejar de parecer un poco acongojados, un poco tristes; y ninguno de ellos podía dejar de llevar conversaciones vanas sobre cualquier cosa mientras en la sala de la derecha una madre lloraba a su hijo, pues aquí el ataúd era un pretexto y el muerto una obligación.
En medio del día y de la compostura, cuando todos observan por alguna razón las ventanas que daban a la calle, un Renault 6 verde limón se estaciona en una de las bahías de la funeraria. De el se baja, cual ralea de payasos apeando de su pequeño coche en un acto de circo, una familia entera, toda ella vestida con camisa de flores. El padre tenía cara de carnaval y cola al más puro estilo Pedro el Escamoso, y los hijos se inflamaban de orgullo al ver su pequeña greña salir de la nuca. Los susurros no se hicieron esperar, y la señora hija de don Alberto no pudo contener la pena ni disimular la papa caliente que estaba por tragarse: “Esta gentuza se equivocó de funeral”, alguien alcanzó a musitar.
y sobretodo el tono irónico/cómico de la crónica.