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No al silencio 3.1

Crónicas de un transeunte citadino

EL MUERTO ES LO DE MENOS

martes, marzo 21, 2006

De las pocas veces que vi a Don Alberto, la única en la que estaba sonriente fue dentro de su ataúd. En la sala de velación el cajón se posaba solitario, iluminado por una vela; alrededor la soledad absoluta. Su familia estaba tal vez durmiendo, tal vez descansando de la ardua última noche y también del viejo refunfuñón, amargado y pervertido que vivía encerrado en un cuarto y solo salía a comprar pan de cien, un ejemplar de El Espacio y un sobre de café instantáneo para pasar la tarde, tal vez ensoñándose con otras épocas en las que él era el propio Juan sin Miedo, tal vez llorando en silencio, pues cuando se es mudo solo se puede de esa forma.

Cuando llegó su hija al funeral, los pocos que ya estaban en la sala corrieron a consolarla como si necesitara consuelo. Llevaba, eso sí, un impecable traje negro, pues “las apariencias son lo único que no se puede dejar de llevar con uno”. La doña estaba muy tranquila, pues se le había desocupado un cuarto en la casa y no tendría que alimentar más a ese viejo malencarado que hasta ayer era su padre. Sin embargo, ella no debía –ni ninguno de quienes por contingencia estaban en la sala- dejar de parecer un poco acongojados, un poco tristes; y ninguno de ellos podía dejar de llevar conversaciones vanas sobre cualquier cosa mientras en la sala de la derecha una madre lloraba a su hijo, pues aquí el ataúd era un pretexto y el muerto una obligación.

Las ojeras y el cansancio se notaban, don Alberto había muerto lentamente entre los ires y venires típicos de la burocracia médica. El ambiente estaba tieso, la gente estaba claramente contenida y, para terminar, hacía unos de esos días de sol en los que uno no halla la forma de quitarse el pellejo o de buscarse una cerveza. Los rayos brillaban en la caja mortuoria y contrastaban con la frialdad de la cara del cadáver, y con la sobriedad de quienes lo velaban por deber; el sol se estaba revelando contra la farsa.

En medio del día y de la compostura, cuando todos observan por alguna razón las ventanas que daban a la calle, un Renault 6 verde limón se estaciona en una de las bahías de la funeraria. De el se baja, cual ralea de payasos apeando de su pequeño coche en un acto de circo, una familia entera, toda ella vestida con camisa de flores. El padre tenía cara de carnaval y cola al más puro estilo Pedro el Escamoso, y los hijos se inflamaban de orgullo al ver su pequeña greña salir de la nuca. Los susurros no se hicieron esperar, y la señora hija de don Alberto no pudo contener la pena ni disimular la papa caliente que estaba por tragarse: “Esta gentuza se equivocó de funeral”, alguien alcanzó a musitar.

Pues sí, parece que se habían equivocado de funeral, pues en éste la gente no tenía permitido hacer nada que los delatara; éste era un rito de la estupidez en el que el muerto es lo de menos.

escribió José Luis Peñarredonda, 8:40 p. m.

2 Comments:

Felicitaciones por el regreso, me gustó mucho el enfoque q se le dió
y sobretodo el tono irónico/cómico de la crónica.
dijo Anonymous Anónimo, 21/03/2006, 9:58:00 p. m.  
que pena no encontré cajita asi que dejo la invitación aqui.. Reunión Blogger la invitación abierta una buena ocasión para trascender el teclado y el monitor. Sábado 1ro. de Abril 8:00 p.m. en Luvina Libros cra 5 No. 26A-06. Tel. 2844157 Pasa la voz!!!!

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